miércoles, 20 de junio de 2018

Depresión: testimonio de Rosa Luisa Guerra

Rosa Luisa Guerra escribió en Twitter (@YoLaMerita) sobre su depresión. 

Con estos fragmentos de su historia de vida nos ayuda a dimensionar hasta dónde la depresión, muy silenciosamente, se va adueñando de nuestros días y va cambiando nuestra forma de ser y de relacionarnos con los demás hasta el punto de no lograr reconocernos.

Nos relata también de la importancia de las redes de apoyo y de contar con especialistas en el momento adecuado para ayudarle a encontrar respuestas a lo que le estaba pasando, además de ofrecerle las herramientas necesarias para reconocer cuándo un episodio depresivo está acercándose.

Yo he vivido en el abismo de la depresión. Yo sé lo que es voltear a tu alrededor, entender que tu vida es maravillosa y ser incapaz de sentir que lo es. No me pasaba nada, tenía mucho y sólo veía alargarse los días como una interminable losa sobre mí.
Había tenido muchos periodos oscuros en mi adolescencia. Fui de ésas que no se rebelaron contra sus padres, pero lloré a diario por años. Esos eventos de oscuridad se repetían con cierta frecuencia, aún los tengo. Pero aquello era diferente.
Sufrí, sin haberlo entendido hasta después, depresión postparto. Me llegué a golpear la cabeza contra la pared mientras mis hijos (era mi segunda) lloraban. Me metía a bañar para confundir mis lágrimas con el agua. Pero pasó. Las hormonas habrán encontrado su balance.
Luego, de la nada, el periodo oscuro se alargó. Me solté a llorar sin control en medio de un centro comercial, rodeada de mi amoroso marido y mis hijos. No había nada mal y, sin embargo, todo lo estaba.
Los días pasaban y la oscuridad no se iba. Llevaba a mis hijos al kínder y me tiraba en un sofá a emborracharme de televisión hasta que salían. Mientras los tenía que atender, era funcional. Si tenía alguna entrega de trabajo, la sacaba.
Mi fuerza de voluntad había sido mi aliada por años. Había sido educada (¡y lo agradezco!) con la idea de que si quieres puedes. Y puedes lo que sea. Pero no podía. Los periodos oscuros siempre acababan, éste me ahogaba sobre todo porque no parecía tener fin.
Y la irritabilidad. Me asusté cuando me peleé fuerte con varias personas. Especialmente con mi padrino a quien por respeto y cariño jamás le alzaría yo la voz. Eso me asustó todavía más. ¿Qué era yo?
Manejando me imaginaba que aceleraba, sobre todo en los puentes... ¿Me estrellaría? ¿Acabaría todo? Era un pensamiento que me acompañaba como escondido por detrás. No se me aparecía de frente. Me susurraba.
En esa época, cuando me llegaba a comprar por ejemplo una blusa compraba dos de color diferente, era incapaz de elegir. Me decía: No importa cuál escojas, será la equivocada. 
Otra veces, era que no merecía las cosas. No las merecía porque era incapaz de derrotar a la oscuridad.
Todavía me tiemblan las manos y se me empequeñece el corazón al recordarlo. Y hay cosas que se me escapan. No recuerdo cómo fue que busqué atención médica. No sé si lo verbalicé a mi marido o él fue quien lo dijo.
Un psicólogo irresponsable había causado un daño innecesario a un miembro de mi familia, resentía todo lo que sonara a psique/psico. La ropa sucia se lava en casa. Va a pasar. Tú puedes... Todo eso me rondaba, me ataba. Finalmente fui a una psiquiatra.
Clínicamente, no tenía un caso severo de depresión. Pero hay cosas a las que no se les puede poner grados. 
Odiaba tomar una pastilla. La veía con odio porque ella iba a hacer lo que yo no podía. Tomó tiempo.
La terapia, por otra parte, me resultó una novedad. Tenía una hora para hablar de mí y sólo de mí. Nunca lo había hecho. Era raro, era egoísta, era fuera de lugar... era liberador.
Escribir también fue liberador, y volvió a ser parte de mi personal forma de lidiar con esta cabeza intensa que me tocó. Usé otro cuaderno, no mi diario; pero las páginas cortadas las guardo ahí. Hay un simbolismo en ello.
Vi la luz un día en que por ciertas circunstancias me encontré subiendo el Tezopteco. Y no llegué a la cumbre, porque no quise. Ése mi fue triunfo, no es llegar por llegar; no siempre llegar es ganar. Conocerte, detenerte y renunciar a algo también es un logro.
Me recuperé, recaí a los pocos años; pero ya estaba alerta y busqué ayuda pronto. Semanas oscuras vuelvo a tener, pero conozco (espero) el límite de mi normalidad. Espero nunca volver a a ese abismo.
Pero le agradezco al abismo lo que me enseñó: la depresión no se quita con "échale ganas", porque sí es una enfermedad. No eres culpable ni de tenerla ni de necesitar ayuda para enfrentarla.
Tengo la enorme fortuna de estar casada con un médico, que supo qué hacer. Pero sepan los que lean esto que hay que buscar ayuda profesional, y buscarla con las mismas ganas que buscas un cardiólogo o neumólogo. Es una enfermedad.
No sé por qué estoy compartiendo esto. Quizá sólo es subirme al tren del meme y de la tendencia. Pero si esa tendencia sirve para dejar de estigmatizar las enfermedades mentales, me uno. Y sobre todo, para hacer conciencia que se necesita acudir a un especialista. HÁGANLO.

Depresión: el ruido, respondiendo al teléfono y tomando decisiones



La depresión crece y adormece. Es una enfermedad llena de contradicción y confusión. Las cosas simples se convierten en difíciles; dañando nuestra motivación, espacio mental y energía. La lucha contra los pensamientos negativos es un ciclo interminable de frustración, angustia y desesperación. No es de extrañar, entonces, que las tareas aparentemente simples se vuelvan cualquier cosa menos simples.

Las cosas que nunca antes fueron un problema, se vuelven abrumadoras. Aterradoras, incluso. Una fuente de vergüenza.

Queremos enfocarnos en tres cosas cotidianas que se dan por sentadas cuando estamos bien. Estas tres cosas aparentemente simples pueden afectar nuestra vida cotidiana y llevarnos a sentirnos increíblemente incomprendidos.


DEPRESION Y RUIDO


Muchas personas con depresión experimentan una barrera ensordecedora de pensamientos, todo el día (y noche). Son intensos, fuertes, dolorosos y emocionalmente agotadores. Es una enfermedad ruidosa en ese sentido. A veces crecen tan alto y tan extensamente que se funden en una bola de entumecimiento. No podemos encontrar ni pies ni cabeza en ellos.


Lo que podría explicar por qué a menudo hay una sensibilidad al ruido externo o cualquier cosa que pueda sobrecargar más nuestros sentidos; charla, música alta, ruidos que compiten entre sí, luces brillantes y desorden. El ruido cotidiano de "nivel normal" que no nos molesta cuando estamos bien ni tiende a molestar a quienes nos rodean. Pero cuando estamos susceptibles todo suena tan fuerte, amenazante e intenso que hacemos cualquier cosa para evitarlos; desde rechazar las invitaciones sociales, usar audífonos y evitar lugares concurridos.


RESPONDIENDO AL TELÉFONO


¿Prefieres enviar mensajes de texto antes que hablar? No estas solo. Muchos de los que tienen depresión concuerdan en que un teléfono que está sonando puede ser una fuente de estrés, además de la posibilidad de tener que hacer una llamada telefónica.

En una época en que hay tantos medios de comunicación en los que no es necesario hablar, uno pensaría que se podría evitar hablar por teléfono. Ese no es siempre el caso.

Hacer una llamada telefónica puede requerir mucha valentía. Planeamos lo que podríamos decir, pero nos preocupa que podamos estar interrumpiendo lo que la otra persona está haciendo. O que quizás no nos responda y tendremos que pasar por todos esos sentimientos y pensamientos antes de hacer la llamada una vez más.


No estamos siendo distantes, groseros o ignorantes si no respondemos el teléfono. Simplemente se siente imposible; nuestros corazones comienzan a acelerarse, nos sentimos nerviosos y el teléfono sigue sonando, simplemente queremos detener el ruido y zumbido. No pretendemos alejarte.

Las comunicaciones por medio de texto nos dan tiempo para pensar, para considerar nuestras respuestas. Si nos piden que hagamos algo, decir "no" es mucho más fácil a través del texto. Tampoco tenemos siempre la fuerza para fingir que estamos bien. Eso es mucho más fácil a través del texto también.


TOMANDO DECISIONES


Tomamos cientos de pequeñas decisiones en un día. Algunas de ellas son fáciles, algunas de ellas mucho más difíciles. La depresión cambia nuestras funciones cognitivas. Las decisiones son difíciles.

Normalmente, nuestros sentimientos son nuestros indicadores: nos guían para tomar decisiones, nos dicen lo que funciona para nosotros y lo que no funciona para nosotros, con quién disfrutamos pasar el tiempo y aquellos con los que no disfrutamos pasar el tiempo. Es muy importante escuchar esos sentimientos, digerirlos y explorar su raíz. Se resaltan también nuestros límites laxos (como cuando acordamos hacer algo por alguien porque creemos que deberíamos hacerlo, y luego nos molesta cada segundo mientras lo hacemos o porque estamos agotados y no nos queda nada más que dar) Pero no confiamos en nuestros sentimientos cuando estamos deprimidos. Sabemos que nuestra perspectiva es sesgada.


A veces las decisiones son difíciles porque no tenemos suficiente espacio mental. A veces son difíciles porque simplemente no nos importa lo suficiente el resultado. A veces son difíciles porque son demasiado grandes. A veces solo queremos que la decisión se tome por nosotros. Y a veces, sabemos que la decisión debe esperar porque la indiferencia que sentimos nos llevará a una mala elección.

Tenemos miedo de cometer errores, ya que los errores validan los pensamientos de que somos inútiles, ineptos, sin esperanzas e indefensos. Le dan más fuerza a la depresión. Los errores nos duelen. Nuestra confianza en nosotros mismos está en su punto más bajo de todos los tiempos. El filtro gris y fangoso que la depresión agrega a nuestra perspectiva solo sirve para que veamos todas las opciones como no tan buenas.

Compartir es cuidar: comparta esta publicación para ayudar a los demás, nunca se sabe quién podría necesitarla.


Artículo original, en inglés:

domingo, 10 de junio de 2018

Depresión: cómo hacer frente a los sentimientos de ira



Cuando pensamos en la depresión, a menudo vienen a la mente síntomas tales como parálisis, tristeza y letargo. Algo en lo que quizás no hayamos pensado inmediatamente, pero que probablemente hayamos experimentado, es un sentimiento de enojo.


LA DEPRESIÓN NOS HACE IRRITABLES



La irritabilidad es a menudo un síntoma de depresión, y con mucha razón; la depresión generalmente hace estragos en nuestros patrones de sueño. Pasamos la noche dando vueltas, nos despertamos temprano en la mañana o dormimos más que nunca. La falta de sueño causa irritabilidad y nos hace menos capaces de enfrentar los desafíos del día a día. Con la depresión a menudo vienen dolores y molestias, y nuestro sistema digestivo también puede verse afectado, lo que nos causa incomodidad. El dolor nos irrita y frustra. Además, la depresión puede ser abrumadora. Superar cada día a menudo requiere mucha resistencia. El mundo ocupado, con todas las cosas por ver, sonidos y olores, puede sentirse como un ataque a nuestros sentidos. Mucha energía está dirigida a tratar de hacer frente a eso, si algo sale mal, o si se agrega algo más, perdemos el control. Simplemente no podemos manejar más.

Tristemente, nuestra irritabilidad a menudo se dirige a otros, que están en el lugar equivocado en el momento equivocado. Esto no es adecuado, pero es comprensible. Es bueno esperar hasta sentirnos más tranquilos, luego disculparnos y explicar cómo nos sentíamos en ese momento. Para algunos, puede ser útil comprender nuestra perspectiva en ese momento y darles la oportunidad de ayudarnos.


NO NOS SENTIMOS COMO NOSOTROS MISMOS

Los síntomas clásicos de depresión (desinterés, letargo, tristeza, desapego y problemas para dormir, por nombrar algunos) pueden dificultar nuestras vidas. De repente, no nos importan las cosas que solíamos disfrutar. No podemos concentrarnos en nuestros libros favoritos o programas de televisión. No tenemos la energía para levantarnos, vestirnos y salir a encontrarnos con amigos. Hemos pasado la mayor parte de la noche despiertos y, al día siguiente, nuestras extremidades se sienten como plomo y nos sentimos entumecidos (¡o todo a la vez!). Entonces, dejamos de hacer cosas. Comenzamos a perder oportunidades y rechazar invitaciones. Pronto, es posible que no reconozcamos a la persona en la que nos hemos convertido. Sentimos como si nos hubiéramos perdido ante la depresión. Esto inevitablemente lleva a la ira; nos enojamos con la depresión, podemos culparnos a nosotros mismos y nos sentimos increíblemente enojados con nuestras circunstancias, ¿por qué yo?, ¿por qué me ha sucedido esto?


No hay una solución fácil, pero podemos aprender a manejar algunos de nuestros síntomas, lo que nos permite volver a hacer las cosas que disfrutamos. Los ejercicios de meditación y atención plena (mindfulness) a menudo ayudan con los problemas de sueño. Podemos explicarles a nuestros amigos que nos encantaría ponernos al día con ellos, pero tenemos dificultades porque nos sentimos muy cansados. ¿Quizás puedan venir a nuestra casa? Podemos hacer pequeños cambios que nos permitan enfrentar nuestros síntomas y seguir sintiéndonos involucrados en nuestras vidas, aliviando la ira que sentimos.


ESTAMOS FRUSTRADOS CON NOSOTROS MISMOS

La depresión es una enfermedad, sin embargo, muy a menudo nos culpamos a nosotros mismos por tener depresión. Nos decimos a nosotros mismos que solo tenemos depresión porque somos débiles o inútiles. Nos convencemos de que si no fuéramos tan perezosos, si lo intentáramos un poco más, no estaríamos deprimidos. Esto lleva a la frustración y a la ira. Nos decimos a nosotros mismos que deberíamos poder solo quitárnoslo de encima, entonces ¿por qué no podemos simplemente hacerlo? y nos sentimos como fracasados. Podemos aliviar este enojo siendo más bondadosos con nosotros mismos. Cuando estos pensamientos llegan, debemos tratar de recordar que tener depresión no es culpa nuestra. Es una enfermedad y estamos haciendo todo lo posible para sobrellevarla. Contarle a alguien acerca de estos pensamientos puede ayudar. Una perspectiva externa a menudo puede ayudarnos a ver más claramente que, a pesar de lo que podamos pensar, lo estamos intentando y no somos en absoluto inútiles.



LA DEPRESIÓN ES COMO UN LADRÓN


Si hemos estado viviendo con depresión por un tiempo, podemos sentir como si nos hubiera estado robando. Antes de que tuviéramos depresión podríamos haber disfrutado de fiestas, conciertos, juegos deportivos. Ahora, cualquiera de esas actividades se siente demasiado abrumadoras, demasiado ruidosas y demasiado llenas de gente. Podemos sentir que hemos perdido un aspecto de nosotros mismos, de nuestra identidad; nos vemos obligados a aceptar un nuevo 'nosotros'. Es posible que deseemos volver a como estábamos antes. 
La depresión puede obligarnos a dejar el trabajo, o nuestros estudios, poniendo fin a nuestra vida, durante meses o años. Es común sentir que la depresión nos ha robado el tiempo y sentirnos enojado por lo que pudo haber sido. La depresión también puede hacernos perder contacto con amigos o alejar a nuestros seres queridos. Podríamos sentirnos enojados, tanto con la depresión como con ellos. Es muy fácil perderse en los pensamientos de lo que pudo haber sido.


Puede ayudarnos tratar de mirar hacia el futuro en lugar de pensar en el pasado. No podemos cambiar lo que sucedió, pero podemos establecer nuevos objetivos que nos interesen, como lo estamos haciendo ahora. Podemos reflexionar sobre las cosas que la depresión nos ha enseñado sobre nosotros mismos, y sobre lo que nos hace felices, y hacer planes basados en esto. Incluso podemos tratar de acercarnos a las personas que previamente alejamos, y explicar por lo que estábamos pasando en ese momento. Es posible que hayan estado esperando para saber de nosotros otra vez. Mirar hacia adelante y alcanzar nuevos objetivos puede aliviar la ira que sentimos ante lo que ya no somos o hacemos debido a la depresión.

La depresión puede hacernos sentir enojados por muchas razones diferentes. Este enojo es totalmente normal, común y comprensible; no nos convierte en una mala persona.


Comparte esta publicación, nunca se sabe quién podría necesitarla.


Artículo original, en inglés:

sábado, 2 de junio de 2018

“Sólo recuerda: no puede lastimarte”: cómo puedes ayudar a alguien cuando tiene un ataque de pánico



Los ataques de pánico dan mucho miedo. Y no solamente a la persona que los experimenta.

Ver a un amigo o un ser querido teniendo un ataque de pánico puede ser muy preocupante. Están tan angustiados, desorientados y asustados que te da terror hacer algo que pudiera empeorar su situación.

He sufrido de ataques de ansiedad en varios momentos de mi vida adulta. He encontrado que la mejor manera de ayudarme es que me distraigan con cualquier cosa, desde hablando sobre lo que ha pasado en un programa de televisión la noche anterior hasta contándome una broma. También cuando me recuerdan que ya he pasado por esto antes y he sobrevivido, y lo haré de nuevo.


Expertos concuerdan en que "un ataque de pánico puede tener múltiples síntomas, usualmente cuatro o más, que incluyen: enrojecimiento, sudoración, falta de aliento, sensación de ahogo, dolor en el pecho, temblores, aceleración del corazón, mareos, nausea y también pensamientos y preocupaciones acerca del peligro o miedo a morir.

Si ves a alguien teniendo un ataque de pánico hay dos maneras en que puedes ayudarle: respiraciones lentas y ayudarlo a aterrizar en el presente.

La respiración lenta ayuda a recordarle al cuerpo que no está en peligro y corrige los niveles de oxígeno, mientras que al aterrizarlo en el presente traemos su atención en el ambiente que hay a su alrededor"

Hablé con algunas personas que sufren de ansiedad y les pregunté sobre lo que les ha ayudado cuando tienen un ataque de ansiedad.


Leonie Slater, actor

            Una amiga se sentó en el piso conmigo, sosteniéndome las manos y me hizo respirar igual que ella. Cada vez que perdía el control, ella me tomaba de las manos otra vez y amablemente me recordaba que respirara a su ritmo. Significó mucho para mi que ella fuera tan paciente y amable.


Tracy Knatt, blogger y escritora

            ¿Mi gata cuenta? Estaba muy avergonzada de decirle a las personas que tenía ataques de ansiedad, pero mi gata, que es extremadamente antipática, se acostaba encima de mi y me dejaba acariciarla. Esto de verdad me ayudaba a concentrarme en otra cosa.


Osk Petursdottir, productor de televisión

La primera vez que tuve uno, estaba en el hospital por una situación distinta. Pensé que estaba teniendo un infarto, lo que obviamente lo hizo más grave. Simplemente el que un doctor me dijera que estaba teniendo un ataque de pánico y no un infarto me ayudó a disminuirlo.


Nikki Gibson, madre de cuatro

Lo más útil que alguien ha hecho por mí durante un ataque de pánico fue alejarme de la situación y hacer a un lado a otras personas que querían ayudar, así tuve espacio.
Sostuvo mis manos con los brazos extendidos mientras decía, muy baja, lenta y calmadamente, que lo que yo pensaba que estaba sucediendo no estaba sucediendo, que había sobrevivido a todo antes y lo volvería a hacer, pero que él estaría aquí hasta que eso que yo sentía, desapareciera.


Sally Bunkham, empresaria

Cuando sentía que tenía un ataque de pánico, mi mamá me decía: “sólo recuerda, no puede hacerte daño y ciertamente no podrá matarte”.
No importa qué tan malo se sienta, en realidad son solo sentimientos. Eso en verdad me ayudó.


Rhys Jones, actor, blogger y profesor de drama

Lo mejor que he encontrado para ayudar a los niños es lograr que se concentren en los latidos de su corazón. Si es posible, que cuenten los latidos que tienen en un minuto.


Sie Crossley, socorrista que ha ayudado a muchas personas con ataques de pánico


La respiración cuadrada (siguiendo la orilla de un objeto cuadrado con el dedo) o contar los segundos de cada inhalación/exhalación realmente ayuda.
Decirle al paciente que debe seguir su dedo a lo largo del borde del portapapeles, sincronizando lentamente su inhalación alrededor del borde largo y corto, luego la exhalación en el otro lado largo/corto.

Concentrarse en la forma del cuadrado es una distracción tan sutil que la gente no se da cuenta de que eso es lo que estás haciendo.
La mayoría de las personas también tienen algo cuadrado cerca: un teléfono, un cojín, una carta, cualquier cosa puede servir, y mientras lo hacen, distraerlos hablándoles sobre otras cosas.


Jo Jessop Maloney, consultor de relaciones públicas y experto en comunicaciones

Encuentro que lo mejor es cuando la otra persona se queda tranquila y habla contigo mientras mueve su mano hacia arriba y hacia abajo para ayudarte a recuperar un patrón de respiración normal.


Mattie Edwards, madre de dos y maestra

Una vez salí de compras cuando tuve un ataque de pánico de la nada.
Afortunadamente, un amable asistente de ventas parecía saber lo que me estaba sucediendo y me llevó a una silla en un lugar apartado y callado.
Estuvo hablándome literalmente todo el tiempo que estuvo conmigo, me decía lo ocupada que estaba la tienda ese día y describía cosas a nuestro alrededor.
El ataque pasó una vez que me estaba enfocando en otra cosa.




Artículo original, en inglés:


Entrada Destacada

Depresión: testimonio de Rosa Luisa Guerra

Rosa Luisa Guerra escribió en Twitter (@YoLaMerita) sobre su depresión.  Con estos fragmentos de su historia de vida nos ayuda a dimen...

Entradas Populares